¡Bienvenidos a mi blog!

En este espacio virtual podrán conocer a la persona que se esconde detrás del personaje. Descubrirán la magia que forma parte de ese mundo de literatura fantástica y poesía que me rodea. Esa magia que es capaz de envolver nuestros corazones, y de hacernos vivir las más grandes aventuras.

jueves, 24 de enero de 2008

ALGO DE MÍ

Muchos de los que no me conocen consideran que estoy algo loca. Muchos de los que sí me conocen afirman lo mismo. Otros sólo me creen una "loca linda", como decían antes por ahí, y muy pocos tienen el privilengio de conocerme realmente como soy. Supongo que quizá se deba a que muchos no se toman el tiempo de conocerme, se quedan sólo pensando en mí como esa mujer que ya lleva tres décadas de vida en su haber y que aún no se comporta de acuerdo a la edad que tiene. Algunos, incluso, han llegado a decirme que tengo una personalidad estilo "Floricienta". No sé si me catalogaron así con ánimos de ofender, o lo hicieron meramente por un vicio comparativo en el que muchos caemos. Lo cierto, es que no me ofendió en lo más mínimo. De hecho, creo que prefiero ser onda "Floricienta", algo volada, colgada de mis nubes de fantasía, sincera, espontánea, trasparente, soñadora, idealista y enamorada del amor. Mil veces prefiero eso, y me quedo con los miles de "te comportás como una adolescente" que me han dicho por ahí. Es cien veces mejor eso, y bajar a la tierra cuando se debe para afrontar las cosas duras y difíciles de la vida con la entereza correspondiente que se necesita en esos momentos, y no vivir una vida de adultos serios y amargos que no saben disfrutar y tienen miedo de sentir; sencillamente porque le tienen miedo a la vida misma.


"Hoy les dejo, junto a mis pensamientos, la imagen de una de mis flores favoritas: el Lílium. Creo que su belleza es incomparable. Para los que no conocen mucho de flores, el Lílium tiene un simbolismo muy especial. Según los entendidos en estos temas, simboliza la inocencia, la realeza, el amor espiritual, la pureza, la fertilidad, la virginidad, la limpieza y la unidad. En muchos países tiene un significado muy especial. Los griegos y los romanos coronaban a sus novias con Líliums para propiciar una vida pura y fértil. Desde 1179, el Lílium adorna el escudo del Rey de Francia".

viernes, 11 de enero de 2008

SENSACIONES

El día estaba frío
pero el sol brillaba alto en el cielo.
Las olas del mar
llegaban lentamente a la orilla.
Su ir y venir
era como un dulce arrullo.
Caminé por la arena
con mis pies descalzos.
La suave brisa marina
acarició mi rostro,
hasta hacerme estremecer.
Cerré mis ojos
y vi tu rostro.
Recordé cada una de tus caricias
recorriendo mi piel.
Una tibia lágrima
se deslizó por mi mejilla
y una sonrisa,
sin pedir permiso,
se dibujó en mi pálido rostro.
A lo lejos
el canto de las gaviotas
traía esperanzas.
Abrí los ojos.
Un punto lejano sobre el mar
logró arrancarme un suspiro.
Me acerqué a la orilla
y metí mis pies en el agua.
Fijé mi mirada en aquel punto
que iba tomando forma al acercarse.
Mi corazón estalló de alegría
al vislumbrar que el punto se hacía barco.
Y al saber que aquel barco
te traía de regreso a mí.

AMOR SOMBRÍO

Eran alrededor de las veintitrés quince horas de una fría y solitaria noche de invierno. Ella salió de la universidad rumbo a su casa como solía hacerlo siempre. Con la nariz y las orejas heladas, bajó lentamente la escalera del subterráneo y espero a que llegara el subte en la estación Facultad de Medicina.
La estación estaba desierta. No había ni un alma en el lugar. De pronto, en medio del silencio, oyó unos pasos que se acercaban y, en ese momento, un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo. Esa sensación la atemorizó. En ese instante llegó el subte, subió en el tercer vagón, y se bajó en la estación Palermo. Como lo hacía siempre, al salir del subterráneo, caminó seis cuadras hasta su casa. Seis cuadras que le parecieron interminables y aterradoras en aquella fría, oscura y silenciosa noche.
Ya en su casa, fue a la cocina. Sus padres dormían. En medio del silencio que reinaba en la casa, apenas se oía el tenue silbido de la pava avisando que el agua ya estaba lista para hacer un té. Luego de tomar el té, se encerró en su cuarto e intentó dormir. Esa extraña sensación que había tenido en la estación del subte seguía invadiéndola. A la noche siguiente le ocurrió lo mismo que en la anterior. Otra vez sintió pasos lentos acerándosele, pero no logró poder ver quién los producía. La misma situación comenzó a repetirse cada noche.
El invierno estaba por terminar, pero aquella situación que tanto atormentaba a Cecilia parecía volverse eterna. Una noche, la situación volvió a repetirse aunque de una forma algo más extraña. Esta vez oyó los pasos y no vio nada, como sucedía habitualmente, pero al subir al subte algo fuera de lo normal ocurrió. El vagón estaba vacío y, de repente, en un abrir y cerrar de ojos, y sin que el subte se hubiese detenido en la próxima estación, apareció un apuesto muchacho frente a ella. Aquel joven se acercó a ella y le preguntó la hora. Después de eso, desapareció de la misma forma espectral en que había aparecido.
Rumbo a su casa tuvo que atravesar seis cuadras totalmente oscuras. Durante el camino oyó tras ella unos pasos lentos que la seguían, pero cada vez que se daba vuelta para ver de qué o quién se trataba sus ojos no lograban ver nada. Eso en verdad la aterrorizaba, sentía miedo, mucho miedo, y a la vez sentía una gran necesidad de descubrir qué era lo que estaba ocurriendo y por qué.
A la noche siguiente, cuando regresaba de la universidad, no oyó los pasos. Esta vez, el joven de la noche anterior se le acercó sin que ella pudiera percibirlo y le puso una mano sobre su hombro. En ese momento, Cecilia sintió que el corazón se le detenía del susto y dejó caer sus libros al suelo. Él la ayudó a recoger los libros y le dijo:
-Perdóname, no era mi intensión asustarte.
Ella sólo guardó silencio. Aún continuaba paralizada por el susto. Ambos subieron al subte. El rostro de Cecilia continuaba pálido. A pesar de que sentía que las piernas le temblaban, juntó valor y se atrevió a preguntarle el nombre.
-Me llamo Leo –respondió-, ¿Y tu?.
-Cecilia. Casi me matas del susto.
Sólo esas palabras intercambiaron aquella noche. Una noche en la que las miradas de los dos se cruzaron por unos minutos y que les sirvió para darse cuenta de que se sentían mutuamente atraídos.
Y así fue que, en cada una de las noches posteriores a aquella noche en la que hablaron por primera vez, siempre encontraban motivos para hablar. Pero, pese a que Cecilia se sentía muy bien al estando junto a Leo, no dejaba de sentir que tras él se ocultaba un gran misterio. Leo, por su parte, no podía ni quería evitar sentir lo que sentía por ella. Ya sin poder contener sus sentimientos, una de las noches, le tomó una de las manos, la miró fijamente a los ojos y le confesó su amor. Ella no pudo resistirse a su profunda mirada y, en ese instante, mientras esperaban que el subte llegara a la estación, ambos unieron sus almas con un beso apasionado.
A pesar del gran amor y la felicidad que los unía, Cecilia sentía que había algo que los separaba. Cansada de sentir que había algo que amenazaba aquel amor que había entre ellos dos, un día le preguntó a Leo si él le ocultaba algo.
-Sí, pero no sé cómo decírtelo –respondió el bajando la mirada.
-Sólo dímelo –repuso ella tomándole una de las manos entre las suyas.
-No puedo, si te lo dijera te perdería para siempre.
-Tal vez no, te amo demasiado como para dejar que algo nos separe. ¿Qué puede ser tan grave como para que no podamos seguir juntos?.
-Es que... no debí enamorarme de tí.
Ella, con la mirada atónita, intentó descifrar qué querían decir aquellas palabras, y como no logró hacerlo le suplicó que se explicara mejor. Con una gran sensación de impotencia, Leo dejó caer una lágrima y, pese a saber que lo que diría les destrozaría el corazón a ambos, decidió que lo mejor era decirle toda la verdad a Cecilia.
-Mira –titubeó-, lo que tengo que decirte no es fácil, pero creo que lo mejor será que no nos veamos más. No puedo seguir contigo sabiendo que terminaré haciéndote la vida infeliz, y he decidido que para evitarlo me iré de tu vida para siempre.
-Pero... ¿por qué? –preguntó terriblemente acongojada.
-Porque te amo demasiado como para hacerte daño.
-No te entiendo. ¡Por favor, dime qué sucede! –insistió con lágrimas en los ojos.
-Tengo 200 años.
Ella, sorprendida, pensó que todo se trataba de una broma. Al ver que en los ojos de él se reflejaba una gran tristeza, comenzó a darse cuenta de que, a pesar de parecer una locura lo que acababa de oír, era la pura verdad.
-Soy un vampiro –continuó-, y cometí el error de enamorarme de ti, por eso siento mucho causarte este dolor, pero debemos separarnos.
Cecilia, al comprobar que lo que Leo decía era verdad, le dijo que lo amaba más que a su vida y le pidió que la convirtiese en vampiro para poder estar con él eternamente. Pese al dolor que le causaba dejarla, él se negó y desapareció como por arte de magia. Ella, con lagrimas en los ojos, y con un dolor que le partía el alma en dos, salió del subte corriendo. Mientras corría camino a su casa se le cumplió el deseo que un rato antes se le había cruzado por la mente: morir.
Esa trágica noche, además de estar cargada de dolor, se tiñó de rojo. Una cuadra antes de llegar a su casa, Cecilia fue atropellada por un auto que dobló en la esquina a gran velocidad. Leo, gracias al gran sentido auditivo característico de los vampiros, percibió lo sucedido, y lleno de dolor corrió hacia donde su amada yacía agonizante, la tomó en brazos y pudo sentir como la vida de ella se extiguía en un solo suspiro.
Después de que el corazón de Cecilia dejó de latir, comenzó a culparse por aquella muerte. Estaba enojado consigo mismo por no haber podido evitar que la mujer que amaba muriera. No podía dejar de sufrir ante el recuerdo de las aquellas palabras que una y otra vez se repetían en su memoria. Las últimas palabras que le oyó decir:
-No me importa nada más que estar a tu lado, hazme igual a ti para poder vivir eternamente juntos.
“Si me hubiese dejado llevar por sus palabras y por mis sentimientos, a pesar de estar condenada por siempre a la oscuridad, aún la tendría aquí conmigo”, pensó Leo.
Esas fueron también sus últimas palabras. Sumido en llanto, y con un gran dolor que le atravesaba el pecho, entró en su casa con pasos lentos y se dirigió en silencio hacia la cocina, tomó los fósforos y el combustible que había en el mueble bajo de la mesada; después fue hacia la sala, y prendió fuego a las cortinas y a los muebles. Entre llamas, se sentó en un sillón a esperar su muerte.